De política y cuñados.
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El antropólogo belga Lévi-Strauss, en su obra Tristes trópicos, da cuenta de la siguiente anécdota. Conversando con un nativo de una tribu del Amazonas, se atrevió a preguntarle: “ ¿Y usted para qué se casó?”. Seguidamente, el buen hombre le respondió: “Para tener cuñados”. He ahí la base de la explicación del tabú del incesto. Establecemos alianzas más allá del endogrupo por la vía de la prohibición de tomar esposas en el mismo. Así, todos los habitantes de las diferentes comunidades estarían obligados a casarse con mujeres de un exogrupo, creando redes de parentesco, pactos, acuerdos económicos y, en última instancia, poder para sobrevivir en un entorno más o menos hostil. Lo fundamental es tener cuñados, esos seres tan denostados ahora como sinónimo de personas de pensamiento superficial y otras actitudes peores.

¿Qué tiene esto que ver con la política? Mucho. Todo, se podría decir. No se está en política, no se crea un partido político para estar solo con uno mismo, instalado en la autocomplacencia ideológica. Recordemos aquella viñeta de Máximo en la que un hombre reflexionaba de la siguiente manera: “Soy libre, soy independiente, estoy más solo que la una”. Casi se podría decir que uno de los medidores de la buena política es la capacidad de trabar alianzas que tenga un partido, siempre en el marco de un determinado proyecto político. A mejor posición en el tablero, mayores posibilidades de alianzas y capacidad para desplegar las policies que dan sentido a tu propia existencia. Cuando la crispación, el escoramiento hacia los márgenes, un estilo de liderazgo destructivo, etc. provocan tu aislamiento, es hora de hacer una profunda autocrítica.

Y, para continuar con el humorismo gráfico, no se trata de aquello que Gallego & Rey retrataban en un Julio Anguita cubierto de medallas: “¿De dónde vienes? De hacer autocrítica.” No nos referimos en absoluto a un ejercicio de cinismo, según el cual, la culpa de todos nuestros males siempre recae en el otro, sin que, paradójicamente, nuestras acciones parezcan tener ningún tipo de consecuencia. Se entiende que nos referimos a un análisis exhaustivo de las razones que han motivado tu incapacidad de llegar a acuerdos, de relacionarte más allá de tu endogrupo, de tener cuñados. ¿Pueden los partidos presumir de estar a la altura de un desafío así? Me temo que suele ser más habitual el repliegue a la zona de confort. Como la tribu de uno no hay nada.

De alguna manera, la autocrítica, sin llegar al dramatismo, debe acercarse a la catarsis que promulgaban los antiguos griegos: una purificación emocional tras la contemplación de escenas que, poniendo ante nuestros ojos nuestra propia soberbia, nos moverán al dolor, la piedad y, en última instancia, a la corrección. De la experiencia catártica se sale renovado, dispuesto a enmendar errores. No necesariamente es una metáfora afirmar que se convierte uno en una persona nueva. Es por ello que los congresos de las fuerzas políticas tendrían que tener mucho de todo esto antes que de autoimposición de medallas en batallas no libradas ni ganadas. Sin embargo, con frecuencia suelen parecerse más a la escenificación de los acuerdos y nombramientos ya tomados entre bambalinas y la exaltación de las bajas pasiones de la tribu propia, que, ahora sí, va a ser capaz de conseguir cuñados sin mayores problemas. En los próximos meses veremos en Canarias quiénes adoptan una actitud u otra, quiénes están sinceramente comprometidos con un cambio que no sea lampedusiano  y quiénes sólo aspiran a encontrar cuñados circunstanciales entre los miembros de tribus que están en franca retirada, como evidente antesala de su propia descomposición. Lévi-Strauss se lo pasaría muy bien en nuestro “triste subtrópico”.

Por José Miguel Martín, Antropólogo y miembro de la Asociación Canarismo y Democracia.