Lo simple y lo complejo
Tiempo de lectura: 5 minutos

Mi primera intervención en público para hablar de cambio climático fue hace 16 años. Ben Magec organizaba unas jornadas en el marco de la Universidad de Verano de Maspalomas y tuve la suerte de ser invitado por Heriberto Dávila, secretario de organización de la federación ecologista en ese momento. Aquella intervención se terminó convirtiendo en un artículo que tuve la oportunidad de publicar en El Ecologista. Todavía el conocimiento del calentamiento global no se encontraba muy extendido. Los medios de comunicación no le daban mucha cobertura y en muchas ocasiones se ponía al mismo nivel que las tesis negacionistas.

Sin embargo, estaba convencido de que más temprano que tarde el consenso científico y las evidencias terminarían por movilizar a la sociedad para abordar este asunto de manera urgente. Pero no fue así. Hemos tardado mucho tiempo en colocar el cambio climático en las agendas políticas, pero en pocos casos se está priorizando desde la perspectiva y urgencia de una crisis. ¿Crisis? ¿Qué crisis? Seguramente esas son las preguntas que quieren que nos sigamos haciendo las grandes corporaciones que han financiado recientemente la campaña de la ex primera ministra británica Liz Truss, cuya decisión de priorizar la extracción de combustibles fósiles en plena emergencia climática sólo se justifica por intereses espurios. No nos engañemos, el negacionismo sigue presente en sectores minoritarios y poderosos.

Por mucho unos pocos intenten engañar y manipular, los datos y evidencias son inapelables: la crisis climática ya está aquí de manera explícita. Este verano hemos sufrido olas de calor extremo, incendios y una sequía sin precedentes en buena parte de Europa, EE. UU. o China, por ejemplo. Y es que el planeta se ha calentado casi 1,3 desde la era preindustrial, y, al ritmo actual, en breve alcanzaremos los 1,5°C en principio previstos para el 2100. Estamos desertificando los suelos, acabando con la vegetación y generando incendios forestales de una magnitud hasta ahora desconocida.

Una parte muy importante de la energía generada por los gases de efecto invernadero es absorbida por el océano y eso está dando lugar a tormentas extremas. Además, el calentamiento global genera más vapor de agua y eso implica mayor frecuencia de lluvias torrenciales. La tragedia vivida recientemente en Pakistán es un buen ejemplo de ello. Los estudios sobre la desaparición de la capa de hielo o en Groenlandia aparecen día sí y día no en los medios de comunicación. Y este verano también pudimos leer en diferentes medios de comunicación la preocupación de la comunidad científica por la desaparición de los glaciares en Europa.

El CO2 liberado a la atmósfera permanece un largo período de tiempo hasta que desaparece (entre 20 y 200 años en su mayor parte), es decir, que esos gases emitidos por nuestras centrales térmicas, coches o industrias no desaparecen pronto. Es como si acumuláramos continuadamente gas en un globo: al final terminará estallando y dando lugar a ‘puntos de inflexión’ cuyas caóticas consecuencias son difíciles de prever.

De ahí que sea tan importante desacoplar nuestro modo de vida de los combustibles fósiles. Y la mejor manera de hacerlo es a través de la economía circular. Sabemos que no basta con alcanzar un alto nivel de penetración de renovables en nuestro mix energético, porque esa es solo una parte del problema. Necesitamos también soluciones sistémicas circulares que reduzcan el consumo de materias primas y energía. Los principios básicos de la economía circular consisten en diseñar los productos para evitar los residuos y la contaminación; por otro lado, es necesario mantener los productos y materiales en uso el mayor tiempo posible con el soporte de las energías renovables; y por último, la economía circular debe regenerar los sistemas naturales. La clave de esta visión está en ir cerrando bucles para que depositar basura en los complejos ambientales sea el último recurso o evitar en la medida de lo posible el reciclaje.

* El autor es Raúl García Brink. El artículo está originalmente publicado en Canarias 7.