Gestión de naufragios*

Gestión de naufragios*
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El clamor que se oye en Canarias se lo traga el océano. Precisamente por estar lejos y con mucho mar por medio, es por lo que en Europa, España incluida, siguen creyendo que la única solución al drama de la inmigración clandestina es la de impedir más movimientos a los desplazados. Por eso van a quedarse en Canarias, sin importar el número; porque los gobernantes de España y Europa creen que mientras se instalen aquí, los problemas que puedan surgir no llegarán más lejos. Lo saben el presidente del Gobierno canario, el vicepresidente y hasta el guardián de la sede oficial. Lo sabe el delegado del Gobierno de España, que tiene ese extraño don combinado de los políticos de saldo; habla cuando debería callarse y se calla cuando debería explicarse. Lo saben en Madrid y en Bruselas, y por eso lo hacen.

Es lo malo de esa sintonía de pactos entre iguales aquí y allá; ante los problemas, se impone el tapón en la boca. Esa complicidad ante la dimensión del momento actual es demoledora, no sólo por torcer la siempre frágil vocación del militante, y encarrilar su promoción interna por la vía de la obediencia ciega.

Además, se demuestra que para este caso no hay proyecto social de la izquierda en su conjunto (PSOE, Podemos, nacionalismos progres) ni en sus partes. La política es ahora el terreno de la desolación, porque la oposición, con sus banderas y su derecha, tampoco tiene mejores alternativas. Esa idea de encerrar a los pobres inmigrantes sin destino en barrios de pobres solemnes debe ser combatida en todos los escenarios, y sin embargo es la única ocurrencia que se aplica desde la comodidad de los sillones oficiales. Sin más presupuesto que unas casetas de lona en solares abandonados con letrinas de verbena, y sin más control que el buenismo de los voluntarios. No hay vallas que cierren los mares, no caben las puertas en el campo. El gasto descomunal en seguridad no transforma conciencias. No hará falta explicar los riesgos que añaden estos tiempos de pandemia; no basta reírse de Trump para frenar el contagio de los imbéciles. Es urgente alterar esta dinámica siniestra, desmontar este naufragio. Pero las bombas no se desactivan mirando para otro lado, ni escondiéndose detrás de la Comisión Europea. Déjense de machangadas.

* El autor es el periodista Gonzalo H. Martel.

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