Canarismo en la era de las guerras culturales

Canarismo en la era de las guerras culturales
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Canarias, sociedad mestiza por excelencia, ni europea ni americana, africana pero de espaldas a África, se está convirtiendo en una trinchera de las guerras culturales que, ya por varios años, están sacudiendo Occidente. En estas últimas semanas, la tensión ha estallado con la excusa de la llegada de inmigrantes ilegales de nuestro (sí, nuestro) continente. Años de adoctrinamiento en el rechazo a la africanidad del archipiélago más miedos atávicos han eclosionado de la noche a la mañana. Primero fue Tunte, en pleno año pandémico. Entonces se argumentó que era algo puntual y aislado, pero lo que está ocurriendo en Las Palmas de Gran Canaria apunta, sin duda, a una estrategia de tensión perfectamente planificada.

No hay que perder de vista que, en Madrid, la extrema derecha se ha convertido prácticamente en la única oposición al actual gobierno y que, pese a la caída de Trump, en el panorama político hispano, está en pleno auge. La llegada de cayucos ha sido la oportunidad que estaban esperando para poder desembarcar en una tierra donde, hasta el momento, sus listas electorales destacaban precisamente por el alto número de candidatos no canarios. Sin duda, reflejo de una, hasta entonces, escasa implantación.

Pero el panorama ha cambiado completamente en pocos meses. Pandemia, crack del sector turístico, desempleo en cotas nunca vistas, han sido el catalizador perfecto para que los manipuladores (y manipulados) de turno hayan decidido poner el foco en los inmigrantes. Interesaba e interesa que nuestra población no apunte hacia arriba sino hacia los de abajo. No sea que alguien comience a preguntarse a dónde han ido a parar los miles de millones de euros generados por el sector turístico en los años anteriores a 2020. Como decía el diputado Íñigo Errejón en el mes de diciembre, se trata de atizar “el odio del penúltimo contra el último como pegamento social”.

Y si bien todos somos conscientes de la existencia de una excepcional situación de quiebra social y económica, cabe preguntarse cuál está siendo la respuesta desde el canarismo (entendido aquí como la cultura política que incluye desde a los partidos nacionalistas canarios hasta los regionalistas e insularistas). Insisto, ¿dónde está la respuesta del canarismo? ¿se es consciente de que la fuerza que va a sacar provecho de toda esta situación aboga por hacer desaparecer nuestro autogobierno y convertirnos en una colonia gobernada a dedo por un poder central situado a miles de kilómetros?

Y si tanto llama la atención la situación actual es porque, en tiempos caracterizados por menos libertades políticas que las actuales, el canarismo dio la batalla cultural (basta pensar en el fenómeno de PCU y UPC en la transición), momento de explosión del revival guanchista, en que la cultura canaria, en todas sus expresiones, desde la música hasta la literatura, buscó sus características y señas de identidad y construir un modelo propio, autocentrado. Pero, ese impulso inicial fue desvaneciéndose poco a poco. Por su parte, los diferentes proyectos políticos canaristas se centraron en la gestión, algo importante, sin duda, pero se descuidó algo tan crucial como la batalla de las ideas. Se apostó por un proyecto nacionalista que renunciaba a construir la nación.

Los resultados están a la vista. Una juventud que reniega del dialecto canario con unos niveles de desconocimiento de nuestra realidad histórica y geográfica desoladores. ¿Sabremos algún día por qué cancelaron el Programa de Contenidos Canarios?

Pero a pesar del tono de los párrafos anteriores, esta no es una expresión de derrotismo y este artículo no quiere contribuir a nada parecido. Por el contrario, en plena pandemia, todos fuimos testigos de fenómenos esperanzadores como el éxito de Panzaburro, la exitosa obra de la escritora Andrea Abreu o de producciones culturales de primer nivel como los programas Canarias es Cultura y Trópico distópico, emitidos por la Radiotelevisión Canaria durante los últimos meses. Esto demuestra que, con iniciativa propia y apoyo institucional, es posible construir entre todos un relato propio.

Y la construcción de ese relato pasa necesaria e inexorablemente por dar la batalla cultural. Y el canarismo debe estar a la vanguardia de ese movimiento que debe implicar a todas las fuerzas vivas de nuestra sociedad: a los intelectuales, a los trabajadores, a los artistas, a los deportistas, etc. Todos y todas debemos arrimar el hombro para que Canarias siga siendo la tierra tolerante y abierta que siempre ha sido, pero tal vez, con más amor propio. Una Canarias autocentrada que no se piense como periferia de nadie.

Es mucho lo que nos jugamos en los próximos años. Nos incumbe a todos los que nacimos en esta tierra, pero también a los que, llegados de otros lugares, han venido para ayudar a construirla. Estamos en un momento histórico. Dos modelos de sociedad se enfrentan en el terrero: por un lado, quienes quieren una Canarias dependiente, controlada desde centros de poder lejanos apoyados en discursos de intolerancia. En el otro, una Canarias que crea en sí misma, respetuosa y tolerante, en definitiva, una Canarias democrática.

Es el momento de recordar que Canarismo y democracia son sinónimos. Lo fueron en la transición y hoy más que nunca, deben serlo. El silencio no puede ser nuestra respuesta frente al odio.

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