Marcelo, historia viva del vino en Gran Canaria
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Santiago Robaina, más conocido como Marcelo, nos recibe en Plaza Perdida, en la zona del Monte Lentiscal. Lleva sus características gafas sombreadas, jersey estampado y pantalón gris oscuro. Es un día lluvioso de verano en el Monte, algo que no agrada a Marcelo. “Esto solo echa para abajo la basura que queda en la atmósfera”, se queja. Esperamos a que escampe delante de su imponente lagar de 250 años, pieza digna de museo. Luce orgulloso de su vino en la bodega, así como de la máquina embotelladora cuyo coste cifra en 60.000 euros, que mejora el producto y ahorra tiempo.

Tras enseñarnos su bodega, se sienta en una silla delante de las barricas antiguas. Estamos en una propiedad que su familia adquirió hace aproximadamente 150 años. La compró su abuelo a quien ni siquiera llegó a conocer. El primer dato que hay que dar del regente de Plaza Perdida es que tiene 85 años, unos 60 de ellos trabajando en la uva y en el mundo del vino. “La ladera de Bandama estaba llena de parras. Antes de eso el paisaje era de arbustos, lentiscos y acebuches, era todo bosque”, cuenta. El Monte Lentiscal y la Caldera de Bandama es el kilómetro 0 de la vitivinicultura en Gran Canaria, una zona con gran tradición y señero en el mundo de la vid, conocido y valorado por sus suelos volcánicos, no en vano hablamos de la comarca donde tuvo lugar la última erupción volcánica de la isla, hace aproximadamente 2.000 años.

Además de ese paisaje, los trabajos eran todos manuales. Expone Marcelo que eran unos trabajos durísimos y que hacían falta siete hombres para una cosecha de 4.000 kilos. En la vendimia se contrataba gente a medida que iba haciendo falta. Sobre el proceso de elaboración del vino relata que “la gente recolectaba la uva, la ponía dentro del lagar y varios hombres escachaban con los pies. Se dejaba la cáscara uno o dos días para que cogiera el color del vino tinto. Posteriormente se quitaba el tapón y la pasta se quedaba en el lagar, para ir luego al aro, y se ponía una compuerta encima y unos mallares. Dos hombres cubrían el husillo, los mallares se cruzaban al revés y terminaba de escurrir el vino que quedaba, que era la prensa”. A pesar de los trabajos, ese vino, según indica Robaina, era más fácil venderlo antes porque no se importaba vino de afuera. Ese producto se vendía a granel en tercios.

Una de las características de Plaza Perdida es que clarifica el vino con claras de huevo. El vino se decanta durante siete u ocho días, según la cantidad, la pasta va al fondo y el líquido es el vino resultante. “Le quita las impurezas al vino”, justifica Marcelo, que añade que es el método tradicional. Plaza Perdida siempre se ha preocupado por la calidad de su producto. No obstante, en los años 90 comenzó la modernización tecnológica con nuevas maquinarias para afrontar lo que en aquel momento era un proceso de mejora, que han conseguido amortizar con el tiempo.

Marcelo comenzó en el Consejo del Monte Lentiscal y luego se integró en el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Protegida de Vinos de Gran Canaria. Pese a ello, sigue perteneciendo al Consejo del Monte Lentiscal. “Decidimos unir los dos consejos reguladores y crear la DO Gran Canaria porque la unión hace la fuerza”, resalta. En este proceso, el sector del vino en Gran Canaria se ha profesionalizado y ha conseguido unir sus fuerzas. “Los vinos de Gran Canaria han aumentado mucho su calidad en este tiempo”, subraya.

Uno de los retos del Consejo Regulador de Vinos de Gran Canaria es el relevo generacional. Muchas bodegas están teniendo dificultad para el traspaso. Robaina tiene un sobrino que es posible que siga en el mundo del vino si él quiere. Pero advierte que no es tan fácil, que es un mundo en el que hay que tener pasión para hacerlo y que requiere de mucho tiempo y esfuerzo. De eso sabe mucho Santiago Robaina, llamado popularmente Marcelo. Más de medio siglo avala su trayectoria, que todavía continúa con brío dando lustre a la DO Gran Canaria.